11/8 - SANTA CLARA
11 de agosto - SANTA CLARA DE ASÍS
Tenía dieciocho años cuando confió a Francisco de Asís su deseo de consagrar su vida a Dios. Él la instaló en una pequeña casa cerca de la iglesia San Damián, a las puertas de Asís.
Su hermana Inés y algunas otras jóvenes se unieron a ella para vivir en la pobreza total. Fueron las primeras franciscanas, más tarde llamadas "clarisas".
Mt 16 24-28 EVANGELIO EN AUDIO
Hoy, el Evangelio nos sitúa claramente frente al mundo. Es radical en su planteamiento, no admite medias tintas: «Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).
En numerosas ocasiones, frente al sufrimiento generado por nosotros mismos o por otros, oímos: «Debemos soportar la cruz que Dios nos manda... Dios lo quiere así...», y vamos acumulando sacrificios como cupones pegados en una cartilla, que presentaremos en la auditoria celestial el día que nos toque rendir cuentas.
El sufrimiento no tiene valor en sí mismo. Cristo no era un estoico: tenía sed, hambre, cansancio, no le gustaba que le abandonaran, se dejaba ayudar... Donde pudo alivió el dolor, físico y moral. ¿Qué pasa entonces?
Antes de cargar con nuestra "cruz", lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación personal:
«Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25).
Es el amor y la misericordia lo que conduce al sacrificio. Todo amor verdadero engendra sacrificio de una u otra forma, pero no todo sacrificio engendra amor.
Dios no es sacrificio; Dios es Amor, y sólo desde esta perspectiva cobra sentido el dolor, el cansancio y las cruces de nuestra existencia tras el modelo de hombre que el Padre nos revela en Cristo.
San Agustín sentenció: «En aquello que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado».
En el devenir de nuestra vida, no busquemos un origen divino para los sacrificios y las penurias: «¿Por qué Dios me manda esto?», sino que tratemos de encontrar un "uso divino" para ello: «¿Cómo podré hacer de esto un acto de fe y de amor?».
Es desde esta posición como seguimos a Cristo y como —a buen seguro— nos hacemos merecedores de la mirada misericordiosa del Padre.
La misma mirada con la que contemplaba a su Hijo en la Cruz.
«Lo importante para cualquier persona, lo primero que da importancia a su vida, es saber que es amada. Dios está ahí primero y me ama. Ésta es la razón segura sobre la que se asienta mi vida» (Benedicto XVI)
«(…) 'El Espíritu es nuestra Vida': cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16,24-26), más 'obramos también según el Espíritu' (Ga 5,25)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 736)
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