11/1 - EL EJEMPLO DE JESÚS
Marcos retrata un Jesús que recorre los pueblos seguido por multitudes que esperan con ansias una mano sanadora. ¡Qué pasaje tan significativo en una realidad de pandemia, GUERRAS, MISERIA Y GRIETAS generalizadas!
El pasaje retrata a personas desesperadas, cansadas por la angustia, el dolor, el miedo a la muerte, la exclusión social y el malestar físico, psíquico y espiritual, buscando la gratuidad de la sanación divina.
El recorrido por los pueblos y la atención a las gentes angustiadas retrata la realidad actual que vivimos, donde inmensas cantidades de personas caen enfermas en desesperación física y emocional, expectantes de segundas oportunidades que les devuelvan la esperanza de vida. De igual forma, hace eco de grupos de personas solidarias llevando a quienes sufren malestar, pan, vestido y consuelo. ¿Podríamos vernos retratados en este grupo que no es indiferente?
La vida entregada de Jesús nos recuerda el acto salvífico de Dios, que atiende con ternura y compasión a todas las personas y que nos llama a usar nuestras capacidades para traer alivio, descanso y consuelo a quienes aguardan expectantes.
Jesús ejerce su servicio de liberador con todos aquellos dominados por las fuerzas del mal que les impide vivir una vida digna.
Finalmente, como en un acto de comunión con el Padre, se dirige a solas a orar. Queda claro que el actuar de Jesús es inspirado por el Padre. Es en Él donde encuentra la fuerza para luchar y derrotar todo aquello que oprime y deshumaniza al ser humano.
También a nosotros nos corresponde entablar la batalle contra el mal. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿De donde sacamos las fuerzas para librar este combate?
Una condición indispensable para la autenticidad de nuestra misión cristiana es una profunda unión con Dios.
Y con el sentido, la bondad, la armonía, la creatividad y todo lo que Dios representa y de lo que nos recargamos cuando dedicamos algo de nuestro tiempo a ponernos en contacto con la divinidad, más interior a nosotros que nosotros mismos. ¡Ah, si nuestras «oraciones» y nuestras «celebraciones» litúrgicas no fueran ritos, sino momentos de gran hondura humana! ¡Hasta los ateos llenarían nuestras iglesias!