20/2 LLEGA LA CUARESMA
1. Después de la Transfiguración (Mc 9, 2-8), Jesús vuelve al mundo del sufrimiento y el dolor. Es lo primero que sucede, en cuanto Jesús desciende del monte en el que se ha transfigurado. Lo que aquí se palpa es que el 'Transfigurado" es el Dios °humanizado". El Dios que se ocupa del dolor humano. Porque tal es el comportamiento de Jesús en cuanto desciende del monte de la teofanía.
Dios se manifiesta sanando al niño enfermo de epilepsia, ya que eso es lo que indica el relato al describir las características de la enfermedad. Ya sabemos que hablar de "espíritus inmundos", en las culturas antiguas, era la forma de expresar ciertos tipos de enfermedad.
2. Pero, en este caso, se trataba de una fuerza de muerte, que lanzaba a la criatura al fuego para acabar con el muchacho.
Al presentar este relato inmediatamente después de la Transfiguración, Marcos está diciendo que el "Transfigurado°, que es plenitud de vida, defiende la vida y libera de las amenazas de muerte donde las haya. Por tanto, creer en Jesús transfigurado y resucitado es ir por la vida luchando contra tantos peligros de muerte y exterminio, que por desgracia encontramos con tanta frecuencia por todas partes.
3. Pero esto se consigue a base de tener una fe sólida y consecuente. No se trata de no tener dudas. Se puede tener una fe con dudas, y las inseguridades y oscuridades, como le ocurría al padre del niño epiléptico. Y como nos ocurre al común de los mortales. Lo importante es tener la actitud de aquel padre que, desde la oscuridad y la debilidad de una fe sin claridad alguna, pide ayuda, muestra el deseo, el anhelo del que se siente débil. Es la actitud de la fe que alcanza lo que necesita.
En los problemas de fe, lo importante no es la claridad y la seguridad, sino la búsqueda que nunca se cansa de buscar.
Felices quienes descubren, después de contemplar con detenimiento el mundo que les rodea, qué es lo necesario y qué lo superfluo en su existencia.
Felices quienes comprenden que para ser más humanos, deben liberarse de lo que les encadena, tanto en lo material, como en su yo más íntimo.
Felices quienes analizan críticamente y se liberan de las corrientes de opinión, de la televisión, de la publicidad, insensibles y mimetizados con el ambiente en el que viven.
Felices quienes viven sin que le hagan mella las marcas, ni los reclamos publicitarios, ni las modas de otoño-invierno, ni el pensamiento políticamente correcto.
Felices quienes intentar llevar una vida sencilla, sin pisar a los demás para medrar, sin dos casas, sin ropa de marca, sin adornos suntuosos, sin grandes cuentas en los bancos.
Felices quienes comparten lo que son y tienen con quienes sufren en sus carnes el consumo desenfrenado de los países ricos, para no ser cómplices de la injusticia que reina en el mundo.
Felices quienes disfrutan sin tener que seguir las normas de la sociedad para pasarlo y vivir bien, sino que gozan paseando, leyendo, riendo, viajando, charlando y brindando con los amigos...
Felices quienes consumen y emplean su fortuna en acrecentar la amistad, en acompañar a quienes se encuentran solos, en solidarizarse con los desheredados, en ser felices aprendiendo de cada situación, buena o mala de la vida. En ser siempre, más que en tener.