27/12 SAN JUAN APÓSTOL Y EVANGELISTA
"El Evangelio de Juan" fue uno de los últimos escritos del Nuevo Testamento, ya que se redactó al final del siglo primero. El autor insiste en destacar los "signos" o "hechos extraordinarios y simbólicos" que Jesús realizó (Jn 2, 11; 20, 30) siempre realizados en beneficio de quienes necesitaban ayuda en sus carencias humanas, de tal forma que así es como Jesús enseña que se propaga, se difunde y se contagia la fe. (Jn 20, 31).
Estos "signos" fueron: convertir el agua de las purificaciones rituales en vino de fiesta (Jn 2, 1-12); curar al hijo de un funcionario romano (Jn 4, 4); devolver la salud a un paralítico (Jn 5); dar de comer a miles de pobres (Jn 6); abrir los ojos a un ciego de nacimiento (Jn 9); devolver la vida a Lázaro, el amigo difunto (Jn 11).
En todos estos "signos'', Jesús antepone el bien "humano" de las personas a la observancia "religiosa" que imponían los dirigentes judíos. Por eso, el IV evangelio es el que más destaca los incesantes conflictos, que tuvo y mantuvo Jesús con la religión, con el Templo, con los sumos sacerdotes, con los rituales y tradiciones que imponía aquel sistema religioso-político.
Y esto fue lo que provocó una situación límite, que terminó en la condena a muerte (Jn 11,46-53). Y en la insistente intervención de los sumos sacerdotes para que Jesús fuera ejecutado en una cruz.
Ya, desde la Navidad, la liturgia y el Evangelio presentan, con toda fuerza y con toda claridad, que el "proyecto de Jesús" y la observancia de "normas y rituales religiosos" son incompatibles.
Jesús vio que el "proyecto de la fe" no es el "proyecto de la observancia religiosa", sino el "proyecto de la plenitud humana".