6/3 Compasivos como el PADRE
Nos encontramos hoy, en el relato lucano, con la segunda parte de lo que se denomina el discurso del llano. Jesús presenta la forma de ser de Dios como el camino que él invita a los discípulos a entrar. Jesús llama a la compasión, así como el Padre es compasivo, la invitación es a ser compasivo, de forma efectiva.
Una persona que se abra, de manera total y comprometida al amor, se vuelve generosa al Dios que Jesús reveló. Es urgente y además necesario que todo hombre y mujer que crea en Jesús asuma en su propia vida, la manera de ser de Dios.
Es el amor que ofrecemos a los demás, la manera de ser y de relacionarnos con los otros, lo que en definitiva fabrica la medida con la que seremos medidos en la historia.
El amor, la bondad, la ternura, la generosidad, el perdón, hacen posible que la humanidad florezca en medio de la historia. Que este tiempo de cuaresma nos haga personas compasivas, como lo es el Padre Dios.
Jesús nos invita a poner en práctica la "regla de oro" de las relaciones y de la comunión: tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mí.
La propuesta de ser compasivos y no juzgar, dando generosamente, no es sólo en beneficio de quienes nos rodean sino de nosotros mismos; aquello de Dios que habita en nosotros no puede quedar desfigurado; llevamos dentro todo el potencial de bondad y misericordia.
El camino de discipulado requiere de testimonio. No son sólo palabras bonitas o versos que podamos memorizar. Necesitamos esforzarnos por hacer brotar actitudes positivas, aunque nos cueste y creamos que no vale la pena.
Ejercitemos la misericordia y la compasión con quienes nos cuesta amar más.
El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos "caminos" a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.
El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.
Al escuchar la
voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de
temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan
miedo". Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt
17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una
religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias
sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus
dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos
es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo "a Él
solo". La Cuaresma está orientada a la Pascua. El "retiro" no es un fin en sí
mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y
amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe
hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la
gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos
repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que
hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la
vida ordinaria de nuestras comunidades. MENSAJE DE CUARESMA. PAPA FRANCISCO